INSULSA FABULILLA QUE ALERTA ACERCA DEL PELIGRO QUE PUEDEN CORRER ALGUNOS ESTUDIOSOS DEL GÉNERO
Hubo un día en el que llegó hasta la Biblioteca Fabularia de Obnúbila una comitiva de estudiosos de los géneros literarios.
Recorrieron los frágiles estantes de la biblioteca, las mesas atiborradas de tiempo, los cajones de penumbra, el patio de plantas de aire. Acopiaron fabulaciones. Valiéndose de un escáner y un contador digital de letras cotejaron el número de palabras de cada obra y concluyeron, tras siete días de cómputos, que los mismos podían incluirse en el precepto de definición de lo que daban en llamar “minificciones”. Labraron un acta donde resumían que los escritores fabularios eran minificcionistas.
Necesitaron otros siete días para crear un universo conceptual acerca de los soportes materiales que utiliza la Biblioteca Fabularia para intentar la inútil porfía de sobrellevar la muerte y el olvido de sus voces.
De aquel registro pueden rescatarse algunas citas:
En este lugar de Ningunaparte existen minificciones escritas en hojas de papel de todo tamaño y calidad.
Hay una colección de textos impresos en envases descartables de cartón, plástico y vidrio. Llama la atención una serie de escritos contenidos en botellas de vidrio. Las mismas son arrojadas en ríos y arroyos para que el azar las conduzca hacia un lector o hacia la nada, destino que cifra, al fin, la razón de todas las cosas.
Hay títeres y objetos del teatro que anidan el decir narrado en el espacio de los dramas.
Hay obras escritas en las paredes despintadas y en las cortinas de la sala, también las hay en las sábanas y almohadas de habitaciones reservadas a eventuales visitantes de sueños.
Hay relatos guarecidos en porciones de árboles secos que fueran traídos desde las inmediaciones del desierto.
Hay voces escritas en los escombros de viejos edificios demolidos.
Hay cuentos estampados en cajas de madera, en sobres de azúcar y de té, en camisas de algodón, en pañuelos de seda que se ovillan en torno al cuello.
Hay ficciones preparadas para su abandono en las mesas de los bares, entre las hojas de otros libros, en los bancos de las plazas y en los asientos de los colectivos.
Dos veces siete días fueron necesarios para crear un registro provisorio del universo fabulario refugiado en esa biblioteca de Obnúbila.
Al partir, los estudiosos dieron memoria antológica a gran cantidad de escritos y catalogaron un abanico inmenso de objetos destinados a efímeras existencias en este mundo.
Pero al igual que muchos otros, no leyeron un solo texto.
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