A veces es útil retirarse siguiendo una línea minimalista, sencilla y de tono terapéutico. Apenas concluya el relato opte por el desvanecimiento escénico. Diga, “para terminar, más vale malo conocido que bueno por conocer o”
JUGAR SIN JUGAR
Ayer recordé que la muerte quería jugar con nosotros y que no la dejábamos porque en casa nos decían que era mala cosa. “Puta cosa”, decían en mi casa. Ayer recordé que ella se quedaba sola, pitando un faso a mitad de cuadra, más sola que Dios. Hasta que un día, cansada de esperar por nuestra invitación a jugar, se fue. Ayer recordé que ella se quedaba sola y que nosotros crecimos y nos apestamos de melancolía. O de olvido. Y que mañana ya no recordaremos nada de todo esto. Y que la vida no tiene sentido porque ella, la muy parca, se ha perdido no sé dónde. Y que sin muerte no hay muerte. Y que en esta espera infinita ya no hay lugar para jugar. “Puta cosa” la melancolía, “puta cosa” la inmortalidad.
Mientras se levanta para retornar al desierto de las fabulaciones puede apelar al plagio de algún saludo de despedida del tipo:”Doy gracias a las ánimas que han inventado el tiempo de este espacio. Un saludo, una reverencia. He sido Hernández digo, Macedonio Hernández. Y esto, es un decir”.
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